Historia

El Papa que nos dio nombre: ¿Quién fue Juan XXIII?

Cuando Juan XXIII comenzó a concebir la idea de convocar a un concilio, se lo dijo a su secretario, Loris Capovilla: “Habría que convocar un concilio”. No hubo respuesta. El episodio se repitió en tres ocasiones, siempre con igual resultado: el silencio del secretario. Hasta que finalmente el Papa exigió una devolución: “Van tres veces que te digo lo mismo y nunca me respondes”. Capovilla se sinceró: “Sucede que mi Obispo me enseñó – dijo en referencia al propio Roncalli  – que cuando uno  no está de acuerdo con su pastor, lo mejor es el silencio”. El Papa Roncalli supo leer entre líneas: “Ya sé lo que estás pensando. Piensas que estoy viejo y que si convoco un concilio me moriré antes de terminarlo. Pero si viene de Dios, alguien lo continuará”.1


De su pontificado podrían rescatarse infinidad de anécdotas divertidas, gestos de ternura, decisiones contundentes y, por momentos, polémicas, muestras de acercamiento con otras colectividades religiosas y documentos trascendentes para la historia de la Iglesia. Pero,  indudablemente, la figura de Juan XXIII quedará eternamente ligada al Concilio Vaticano II.


El Concilio Vaticano II fue, sin dudas, el gran acontecimiento religioso del siglo XX. Su convocatoria provocó, ante todo, desconcierto: no había ninguna situación doctrinal que clarificar o definir, ninguna posición que tomar y difundir frente a herejías que fueran tomando fuerza a la interna de la propia Iglesia. ¿Para qué, entonces, convocar un concilio?  Para “sacudir el polvo imperial que se ha acumulado en el trono de San Pedro desde Constantino”2, explicó el Papa. Hay un gesto particularmente recordado por su significado, el de abrir las ventanas de la habitación y exclamar “¿El Concilio? [...] Espero de él un poco de aire fresco”.3


En el discurso de apertura, Juan XXIII realizó una exposición detallada de las convicciones que “como una inspiración venida de lo alto”4 lo habían llevado a madurar en su corazón la idea del Concilio. En consonancia con lo que había sido su vida y su historia de esperanza y compromiso, realizó una llamado al optimismo; a no dejarse ganar por voces de desaliento que proliferaban, entonces como ahora; a no sustituir la misericordia por la severidad; a reforzar la unidad de los cristianos; y a revalorizar la tarea pastoral, en el entendido de que la doctrina debe ser expuesta “según las exigencias de nuestro tiempo. Una cosa es, en efecto, el depósito de la fe o las verdades que contiene nuestra venerable doctrina, y otra distinta es el modo como se enuncian esas verdades”.5




Juan XXIII sabía muy bien a lo que se enfrentaba, conocía a los “profetas de desgracias” que se hacían sentir tanto dentro como fuera de la Iglesia y que, como era de esperar, levantarían también sus voces en contra del Concilio: “Estas personas, en efecto, no son capaces de ver en la situación actual de la sociedad humana sino desgracias y desastres. Andan diciendo que nuestra época, comparada con las anteriores, es mucho peor. [...] Nosotros creemos que de ninguna manera se puede estar de acuerdo con estos profetas de desgracias que siempre anuncian lo peor como si estuviéramos ante el fin del mundo”.6



El inicio de un largo camino: nacimiento del Instituto Juan XXIII

La presencia de la Congregación Salesiana en Uruguay comienza a consolidarse desde el último cuarto del siglo XIX. La fundación del Colegio Pío en 1877 marca el primero de los pasos en ese camino consagrado a la educación. La expansión de la obra salesiana a nivel educativo no se detuvo y, para ello, se fueron creando varias instituciones que abarcaron el ámbito primario, secundario y técnico. Las instituciones salesianas tuvieron un fuerte arraigo en todo el país y, en Montevideo, su influencia se extendió por toda la ciudad, principalmente en aquellas zonas más alejadas del centro y de gran población juvenil. Confluían así Iglesia y Centro Educativo como dos pilares fundamentales de evangelización y formación.


En el barrio del Cordón, junto a la Iglesia de María Auxiliadora, se instaló en 1889 el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús. El mismo abarcaba los seis niveles de enseñanza primaria y, como era del estilo, estaba habilitado solo para varones.


En 1963, miembros de dos congregaciones religiosas  vinculadas a la educación, como los Hermanos Maristas y los Hermanos de la Sagrada Familia, se unieron con la Congregación Salesiana para plantear la posibilidad de crear un instituto de enseñanza privada que abarcara los dos últimos años de preparatorios. El lugar en el cual estaba enclavado el Colegio del Sagrado Corazón era ideal: céntrico, a dos cuadras de la avenida 18 de julio, con líneas de ómnibus que provenían de todas partes de Montevideo -donde las mencionadas congregaciones tenían instituciones primarias y secundarias básicas-. Además, se contaba con la experiencia de la dilatada presencia de los salesianos en la educación católica uruguaya. El padre Félix María Bruno sdb. nos cuenta que “La intención era hacer un preparatorio católico más barato que los que había en Montevideo. Se buscaba que el Juan XXIII fuera más accesible que los existentes hasta ese momento”.7 Concuerda con esto uno de los primeros alumnos del Juan XXIII, el Dr. Alfredo Caputo, quien fue estudiante de los preparatorios de abogacía en 1964 y 1965. Ante la pregunta de por qué eligió el Juan XXIII como instituto preuniversitario, responde: “Había hecho todo mi ciclo educativo a nivel público y quería ir a un liceo privado y católico porque también tenía ganas de tener una enseñanza religiosa. Fui al Juan XXIII porque era más barato que el Seminario y La Mennais”.8


Los inicios del Juan XXIII fueron inciertos. La inserción del Instituto en una zona donde había pocos pero prestigiosos centros de formación media preuniversitaria no fue sencilla. El Instituto Alfredo Vázquez Acevedo, conocido como “El Vázquez” en ese momento y “El IAVA” hoy, era un centro de formación oficial muy prestigioso. Por sus aulas pasaron grandes profesores, muchos de ellos pertenecientes a la intelectualidad uruguaya de entonces, y era el lugar donde la clase media apuntaba a formarse para luego seguir el trayecto universitario. A nivel educativo, el IAVA cumplía con los preceptos culturales de la clase media de los años cuarenta y cincuenta : concretar el sueño de la profesión universitaria, aquel llamado de principios del siglo XX de “M´hijo el Dotor” que inmortalizó Florencio Sánchez.




El Juan XXIII, como institución confesional, con un perfil salesiano imbuido de los valores de Don Bosco, se fue abriendo camino lentamente en ese contexto. Su objetivo era la clase media católica que buscaba una alternativa a la enseñanza liberal del IAVA, pero que no quería perder el nivel de exigencia y preparación para poder encarar la Universidad.


La elección del nombre no fue fácil. Explica el padre Bruno: “Se pensaron varios nombres: Juan Zorrilla de San Martín, pero no se podía porque ya existía el de los Maristas; Sagrado Corazón no se podía porque ya estaba la escuela primaria; Francisco Bauzá tampoco se podía porque ya existía el liceo oficial número 6. Por eso una Inspectora de Secundaria nos sugirió el nombre de Juan XXIII que había muerto el 3 de junio de 1963. Y así quedó”.9


El Juan se caracterizó desde sus inicios por ser un Instituto que brindaba una valiosa preparación para la vida universitaria. Prueba de ello es la Crónica de la Casa, que refiere en los siguientes términos a las opiniones de los estudiantes al terminar el año lectivo de 1964: “[los estudiantes] están muy satisfechos, ya por la disciplina flexible y familiar con que se los atendió, como por la intensidad y calor que se puso en sus clases. Hacen mención a las clases del P. Espasandín como “súper”, pues ha planteado con autoridad, certeza y franqueza, ‘los problemas estudiantiles de hoy frente a la Fe’. …] Se mostraron de acuerdo en la libertad absoluta al concurrir a ‘prácticas religiosas’”.10 La presencia de esa “libertad responsable”, que atiende a la formación integral de los jóvenes, puede verse plasmada en este relato de situación que, a modo de evaluación del año, se hacía del Instituto.



El centro de exalumnos y los oratorios: dos pilares de la obra salesiana.

El centro de exalumnos Monseñor Lasagna (CML) tuvo su origen en el Colegio Sagrado Corazón, en 1905. Con la fundación del Juan XXIII, el centro de exalumnos del Sagrado Corazón dejó de existir debido a la poca presencia de exalumnos y a las dificultades que acarreó la creación del nuevo  instituto que, como vimos, no fue fácil.


Figura fundamental de la creación del centro de exalumnos del Juan XXIII fue el padre Ricardo Pereyra, que tendría como función la reestructura del CML. Para ello, se gestionó la compra de tres inmuebles ubicados en la calle Gaboto,11 con recursos de la comunidad y fondos del exterior gestionados por el padre Roberto Martínez.


El padre Ricardo Pereyra, maestro de profesión, provenía del Colegio Pío. Allí daba clase y tenía experiencia en la conformación de grupos de exalumnos de aquella institución centenaria del barrio de Colón. En el Juan XXIII daba clases de Catequesis y fue encargado del centro de exalumnos, al cual organizó y dio forma e impulso en 1977.


El centro fue fundamental en la vida del Juan XXIII no solo para la reunión de los exalumnos sino para la creación y desarrollo de los llamados “Oratorios Festivos”. Nos cuenta el Padre Pereira: “En la casa de la calle Gaboto comenzamos con las reuniones del centro con los primeros exalumnos del Juan XXIII. Con ese grupo de exalumnos comenzamos a trabajar en los Oratorios Festivos. Se formaron cinco oratorios: Aduana, Aires Puros, Cordón, Colegio Pío y Camino Maldonado”.12 El objetivo del centro era bien claro, sobre todo si se lee a la luz de la realidad que el país vivía en esos años. Eran tiempos de dictadura y prohibiciones, por lo que cualquier ámbito era utilizado para la promoción de ideas y planteos filosóficos, políticos y sociales. Nos explica el padre Pereyra que la intención fue:  “[…] Reintegrar a los exalumnos del Juan XXIII a la vivencia social y cívica del país. Vinieron a darnos conferencias todos los que entonces estaban lidiando con la política en ese momento: Enrique Tarigo, Juan Pivel Devoto, Danilo Astori, entre otros. Fue como una especie de refugio en un momento político complejo del país. A mí me llamaron varias veces. Me preguntaron en un interrogatorio con qué fin nos reuníamos, de qué hablábamos. Yo les decía la verdad: que hablábamos de los principios de la educación salesiana que habíamos recibido para después trasmitirlos a los muchachos de las clases más bajas de la sociedad y sacarlos del estado en que estaban”.13 Los oratorios tenían como función: “rescatar a los chiquilines de la pobreza. La cosa recién empezaba y no había mucha organización. La policía sospechaba de lo que hacíamos. Una vez me llamaron por teléfono y me dijeron ‘padre Pereyra: mire que lo estamos escuchando. Sabemos lo que hace'”.14


 La intención de Pereyra era generar en los exalumnos, a partir del centro y los oratorios, un compromiso social que se sustentaba, según él, en las enseñanzas impartidas por Don Bosco. “Teníamos una frase que decía que sean ‘buenos cristianos y honrados ciudadanos’. Esta era una recomendación de Don Bosco a los alumnos. Era un anuncio de responsabilidad civil y ética. En la época de Don Bosco, las autoridades lo perseguían por el compromiso que tenía. A Don Bosco le exigían que preparara a los muchachos con ejercicios militares y, como no estaba de acuerdo, para dejarlos tranquilos, entrenaba a los muchachos con bastones”.15 Estas palabras del padre Pereyra se evidencian en un boletín del centro de exalumnos editado en 1979. En él, el sacerdote firma una editorial titulada “Buenos Cristianos y Honrados Ciudadanos”. Agrega en el documento: “La sentencia del epígrafe pertenece a Don Bosco quien la dejó como lema para los exalumnos. […] la expresión acuñada por Don Bosco pretende poner de relieve la integración de los valores cristianos y humanos en la vida de cada creyente”.16 


 De 1974 a 1979 el director del Instituto y de la Comunidad fue el padre Félix Irureta. Se lo recuerda como un director muy vinculado a los estudiantes, que se caracterizaba por la cercanía con el alumno desde el patio, los corredores, las actividades deportivas y la puerta, a la entrada y a salida. Roberto Peirano nos cuenta: “Irureta fue el más vinculado al alumno. El alumno de esa época lo admiraba. Era un cura de patio. Mucho más comprometido con los alumnos que con los docentes17 Rafael García nos dice: “Irureta era un tipo de una gran interioridad. El primer día de clase se había memorizado los nombres de todos los estudiantes. […] Era un gran dibujante y caricaturista. Miraba los partidos de fútbol interno y se podía ver en la cartelera de la dirección una caricatura del partido del día anterior. Era muy exigente con los docentes en cuanto al perfil de fe que el docente pudiera tener. …] Tuvo muchos enfrentamientos con las autoridades de la época, los inspectores y hasta en la prensa”.18 El padre Ricardo Pereyra, por su parte, recuerda: “El padre Irureta me apoyaba en lo relativo al centro de exalumnos. Incluso me dio unos pesos para el centro. Escuchaba atrás de la puerta lo que decíamos en las reuniones y después me decía que estaba de acuerdo”.19


 

El nuevo subdirector

El aumento del alumnado y de los grupos; las exigencias administrativas y de coordinación entre el equipo docente y la atención a los padres, hacían cada vez más necesario delegar  tareas a una figura permanente y dedicada exclusivamente a ello.


En carta con fecha del 11 de setiembre de 1986, el director de entonces, Manuel Pérez, con el apoyo del vicario Félix María Bruno y el P. Antonio Mazza, solicita a la Inspectoría Salesiana la incorporación de un subdirector laico. “Nuestra comunidad reunida se ha planteado, en varias oportunidades, la necesidad de continuar incorporando laicos al trabajo educativo”20 La incorporación de catequistas, asistentes, animadores de deporte, etc, es el precedente de esta decisión de incorporar, en un cargo de jerarquía, a un laico. “Esta comunidad tiene el beneficio que por trabajar con jóvenes resulta más natural la integración de exalumnos que han crecido junto a nosotros”.21


Al cumplirse los  veinticinco años del Instituto, se realizaron una serie de festejos, tanto en el Juan como en el centro de exalumnos. En este camino de celebración, cambios y desafíos, se destaca la redacción del primer Proyecto Educativo de la Institución (PEPSL. Proyecto Educativo Pastoral Salesiano Local).


El PEPSL del Juan XXIII es un instrumento que  orienta como comunidad educativa hacia la consecución de los objetivos que se plantea, en un diálogo permanente con la realidad social y con los jóvenes en particular. Es una forma de sistematizar, evaluar y proyectar en un cuerpo orgánico y tangible lo que se estaba realizando como Institución. Fueron los principales encargados de su redacción: Manuel Pérez, Rafael García y José Luis Morillo.22]En este proyecto se plasmaron por primera vez las dimensiones educativas del Juan:  Educativo-Cultural, Evangelización y Catequesis, Asociativo y Vocacional, con su definición, características, objetivos y líneas de acción. También se definieron los roles y su nomenclatura en cada área. Quizá lo más relevante es la explicitación del objetivo general del Instituto: "Promover integralmente según los valores del Evangelio, con el corazón de Don Bosco, a los futuros profesionales para que sean agentes de cambio en la sociedad”.23Este objetivo recoge la formación integral como pilar del Juan, no solo en lo curricular, en los saberes académicos, sino también en los valores que ayuden a los jóvenes a ser cada vez mejores personas. A esto tiende un sinfín de propuestas extras a las curriculares en las que el Juan comenzaba a hacer hincapié. Se buscó igualar el área Educativo- Cultural con la de Evangelización y Catequesis. También se apuntó, con este objetivo, a la formación de futuros profesionales, pues la preocupación de la Institución no es solamente que los jóvenes terminen el secundario, sino que lo hagan en las mejores condiciones que les permitan, luego, acceder y terminar los estudios terciarios. En este sentido, los cursos han sido adaptados, por ejemplo, aumentando la carga horaria de las asignaturas que se consideran básicas en cada orientación, en general agregando una o dos horas a las propuestas en el curriculum oficial.


Asimismo, el objetivo busca a la formación en ciertos valores, cristianos y salesianos, por lo que la implementación de un espacio como el del TES era fundamental. Estos talleres fueron desde un principio concebidos como una instancia curricular y obligatoria, para darle la impronta que necesitaba. Hacia el final de esta capítulo nos detendremos en su formación.


 

Las convivencias

Las convivencias son jornadas destinadas a celebrar, en mayo a María y, en agosto, a Don Bosco. Hasta finales de la década del noventa se realizaba otra en octubre, en celebración de las misiones o también, como se fue identificando con los años, como despedida de los sextos años. En ellas, cada clase se organiza en torno a un tema seleccionado, arman presentaciones y compiten en distintos juegos. Año a año, estas jornadas se han ido perfeccionando, y nuclean a gran número de jóvenes, pues participan todas las clases más allá de su vínculo o no con las actividades de la tarde.


El día de la “convi” no hay clases, por lo que la jornada comienza temprano, con juegos y presentaciones, y termina con una Eucaristía para celebrar lo vivido. Muchas son las convivencias dignas de ser recordadas, pero detengámonos en la de agosto de 1986. Se comenzó con la presentación de la canción creada por cada clase, en alusión al lema: “Don Bosco, joven de corazón”. Se continuó con  los juegos: volley ciego, campeonato de truco, cacerías, postas, cinchadas, etc. Es interesante el sentido solidario que estuvo presente en esta convi, pues para sumar más puntos por clase, desde la organización se propuso que se recolectaran utensilios para los oratorios (ollas, platos, sartenes, etc). Aquella clase que juntara más, obtendría más puntos.24


Los delegados de cada clase juegan un papel fundamental, al ser el nexo entre los animadores, las propuestas a realizar y su grupo, además de cumplir el rol de moderadores de las ideas que todos aportan. Es común la participación de los exalumnos que colaboran en la animación general y en la de cada juego.

 


Los Talleres Educativos Salesianos (T.E.S.)

Hasta el año 1991 la formación religiosa pasaba por una hora semanal de Catequesis (Formación) que en los últimos años de la década del ochenta convive con otro espacio llamado “Formación Humana”. Ambas propuestas, de una hora semanal no obligatoria, trataban de enfocarse en la educación religiosa y también en otros asuntos  de interés humano, pero desde una perspectiva de fe (drogas, aborto, compromiso social). Eran llevadas adelante por salesianos y animadores,  generalmente exalumnos, que brindaban parte de su tiempo a esta tarea. Los alumnos acudían a estos grupos de forma voluntaria, aunque en general tenían muy buena participación. En 1989 y 1990, con el P. José Luis Morillo como catequista y Manuel Pérez como director, se decide proponer que los alumnos elijan entre Formación Humana y Catequesis, y durante ese año funcionaron de este modo, pero se visualizaron ciertas dificultades y desequilibrios en los grupos que se formaban. Entre los catequistas se encontraban Enrique García, Javier Pereira y Álvaro Silva, todos ellos exalumnos recientes de la Institución en aquel entonces.


En 1992 Enrique García elabora una propuesta que sustituyera a la Catequesis y a la  Fomación Humana  por un sistema coordinado y más orgánico.25 Consultando a Javier Pereira y a Álvaro Silva, surge la idea de los Talleres Educativo Salesianos, el TES, nombre sugerido por este último. El objetivo era generar talleres de reflexión educativos, con impronta salesiana y de fe, donde se trabajaran, aparte de la catequesis explícita, todos aquellos temas que conciernen a la formación integral de los jóvenes. “La propuesta era una combinación de lo que hacíamos acá en Formación Humana, más lo que se daba en la catequesis, más una experiencia del Santa María, de Ocho de octubre, donde los grupos rotaban cada ciertos meses”.26 El proyecto incluía la presencia de animadores a cargo de ciertos talleres  y la rotación de alumnos cuatro veces en el año. Luego de una reunión con el director de ese momento, el P. Bruno Zámberlan, y con el nuevo encargado pastoral, el P. Rafael Costa,  se comienza a aplicar este proyecto en el año 1992 para cuarto y quinto, y en el año siguiente para los tres niveles.


El primer año de su aplicación,  los talleres se desarrollaron en la casa donde está actualmente la sala de profesores y a partir de 1993 pasaron a los actuales salones de Domingo Savio, donde funcionaba el Centro de exalumnos, sin la división actual de todos los salones, pero en ese espacio. Es en 1998 que se diseña y lleva a cabo una reforma  que genera todos los salones que podemos encontrar en la actualidad.


Los primeros animadores fueron Álvaro Silva, Javier Pereira, Analí Lagos, Sandra Méndez y Jorge Piaggio.

 


Los últimos años

En 2003 asumió la dirección el padre Daniel Sturla, quien sustituía al padre Juan Algorta, que había sido nombrado Inspector Salesiano del Uruguay. Un sacerdote joven, con un “gran gancho con los jóvenes. Porque lo priorizó y se arremanga para eso. Se metía en el barro con los gurises de cuarto en los campamentos. Daniel Sturla] era un animador de animadores, porque los animadores veían a un director moviéndose, jugando, entonces no había forma de no contagiarse. Hacía las reuniones que había que hacer y hubo una apuesta muy fuerte con eso”.27 Fue durante la gestión del padre Sturla que se culminaron las obras de la Iglesia Pública María Auxiliadora: restauración de vitrales, de las pinturas del techo, de las columnas y del órgano. Además se inauguraron las cuatro canchas y vestuarios que se pusieron a disposición de la Liga Universitaria. El campo de Melilla, donde funcionan las instalaciones del Juan XXIII Universitario, se había adquirido durante la gestión del padre Algorta y con el padre Daniel Sturla, se culmina el proceso de acondicionamiento del mismo.


 

Los cambios en la educación nacional y su llegada en el Juan XXIII

La Reformulación 2006 marcó un cambio bastante significativo en relación al Plan 1976. La creación de dos trayectos: un núcleo común y otro específico, la implementación de una orientación nueva como Arte y Expresión tanto en quinto como en sexto, la posibilidad de exoneración de las asignaturas en ambos niveles, la creación de categorías según las calificaciones y la implementación de dos pruebas semestrales en los tres niveles del bachillerato. Todo lo cual significaba no solo una modificación de materias y programas, sino un cambio, si se quiere cultural, para una comunidad acostumbrada a otro sistema de evaluación y a otra forma de concebir las diversas asignaturas. Fue necesario cambiar  la forma de evaluar. Se pasó de cursos que preparaban para evaluar conocimientos que se impartían durante el año, para luego dar un examen obligatorio, a preparar al estudiante para exonerar las asignaturas.


Tal vez por casualidades cronológicas o tal vez por falta de adaptación al nuevo sistema, las reformas se hicieron sentir en plantel docente. Algunos decidieron acogerse a los beneficios jubilatorios. Por múltiples razones, profesores históricos del Juan XXIII se retiraron del Instituto, a la vez que las incorporaciones llegaban tanto para sustituir a  aquellos, como para ocupar un lugar en las nuevas asignaturas. Tomando en cuenta la estabilidad de docentes que había logrado mantener el Juan XXIII, el relevo vivido entre  2008 y 2010 significó un gran impacto.


Por otro lado, la inclusión de la orientación Arte y Expresión, que surgió para llenar una carencia en la educación formal como lo era la enseñanza artística, implicó para el Juan un desafío importante. Se buscó desde el primer momento que esta fuera de buena calidad, atacando la idea que sobrevolaba en el imaginario colectivo de muchos docentes y estudiantes de que esta era una orientación para aquellos que no tenían definido qué querían hacer y buscaban terminar el segundo ciclo de educación sin materias de mucha exigencia. El Juan XXIII buscó entonces establecer los bachilleratos de Arte y Expresión,  manteniendo el nivel de exigencia y calidad que tenía históricamente en las otras orientaciones. La contratación de docentes especializados en las asignaturas específicas que la nueva opción incluía, la incorporación de tecnología y la capacitación a los docentes para su uso y mejor aprovechamiento llevó al Juan XXIII a invertir en recursos y así lograr la calidad educativa que se pretendía.


Nos cuenta Jorge Piaggio, docente y coordinador de la orientación: “Como desafíos el colegio tuvo que afrontar el hecho de llevar adelante cuatro materias que no existían y de las cuales creo que no hay formación en el IPA (Teatro, Música, Danza, Lenguaje, comunicación y medios audiovisuales). Otro desafío importante fue el sistema de evaluación que empleamos algunos docentes por lo que damos curricularmente, algo más orientado a las entregas, al trabajo corporal, al lenguaje audiovisual que necesariamente obliga a tener otros parámetros que los empleados por los docentes más clásicos”.28


Las tareas que la orientación de Arte y Expresión ha llevado a cabo han sido varias:  la realización de un Lipdub, el Proyecto Sonamos y el Proyecto 360, que implicaron la coordinación de diferentes asignaturas del área, como Comunicación Visual y Danza, a la vez que involucraron a toda la comunidad educativa. El Proyecto Sonamos, con alumnos y educadores cantando un tema de Jorge Drexler, mereció el reconocimiento del autor: “Primero fue la alegría, segundo: la admiración, por la preciosa versión que vi de una canción mía. Aunque no sé, si sería más adecuado esta vez llamarla “mía”, tal vez debería decir: “nuestra”, ¡por la belleza que muestra en voz del Juan Veintitrés! Gracias”.29 


Más allá del Juan XXIII: el Instituto Salesiano de Formación

En 2012, la Congregación Salesiana tuvo un nuevo hito en su historia educativa en  Uruguay: la inauguración del Instituto Salesiano de Formación. Pero, ¿por qué vincular la creción de este instituto a la historia del Juan XXIII? Las respuestas pueden ser múltiples.


En primer lugar, porque fue la Comunidad del Juan XXIII la que asumió parte de la responsabilidad económica y organizativa en su creación. Por otra parte, porque ambos institutos comparten el mismo director. En tercer término, el Juan XXIII ha aprovechado algunos espacios edilicios, ya sea en salones o la propia biblioteca del Instituto, para desarrollar algunas clases (como danza o teatro, correspondiente a la nueva orientación de Arte y Expresión) y pruebas escritas. Por último, podemos también decir que es parte del trayecto formativo que los salesianos están desarrollando en Uruguay.


Esta idea, que se formula en el marco de un análisis histórico más amplio de la influencia educativa y pedagógica de la Congregación en Uruguay, refiere a la noción de continuidad en los trayectos formativos. Recordemos que en sus inicios los salesianos se concentraron en la primaria, con el Colegio Pío; luego con Talleres Don Bosco en el ámbito de la educación técnica; finalmente, secundaria básica y educación media superior, de la que el Juan fue el representante más notorio. Entrado el siglo XXI, la congregación optó por concretar una obra que venía madurándose desde tiempo atrás. En definitiva, el ISF no es el Juan y este no es el ISF, pero sin duda hay cierta relación, una incipiente historia en común.